miércoles, 11 de noviembre de 2009

EL CASO CRUYFF

Artículo publicado por Joan Barril en el Periódico de Cataluña  11/11/2009

Los catalanes tenemos una enorme facilidad en convertir lo que debería ser un triunfo en un caso. En cualquier país del mundo, el hecho de que uno de los mejores jugadores de la historia se prestara a entrenar a su selección nacional, debería ser un motivo de entusiasmo. Pero en esta Catalunya tan ombliguista ya se está hablando del caso Cruyff y algunos colegas de pluma y de análisis mucho más lúcidos que los míos se han dejado llevar por la falsa premisa de poner el acento en el acento. El acento de Cruyff, un hombre que vive en Catalunya hace muchísimos años y que habla con el balón. Cruyff no aspira a ser miembro de la Real Academia Española de la lengua, porque tampoco su castellano es una maravilla. De la misma manera que no creo que en el futuro próximo Cruyff sea galardonado con la Flor Natural de unos juegos florales catalanes. Cruyff vive entre nosotros y no habla como lo hace la guardia pretoriana de la catalanidad. También durante muchos años Seat ha sido dirigida por personas que no sabían hablar ni siquiera español, pero a nadie se le habría ocurrido poner en peligro miles de puestos de trabajo por un hecho que forma parte de la individualidad del hablante. Durante años, Josep Carreras, de cuya catalanidad nadie puede dudar, se paseó por esos escenarios del mundo llamándose José y cantando en italiano o en alemán. Y a Salvador Dalí no se le recuerda como catalanohablante, sino como un maestro de la pintura y de las ideas.

La lengua es una herramienta y un sentimiento. Pero no debería ser jamás una imposición que menoscabara las ganas de vivir. Sin duda, la lengua catalana es un hecho diferencial, pero no debería ser el único. Me gustaría un país –incluso un país independiente– donde sus ciudadanos fueran un arquetipo de armonía y de ganas de lucirse por ser como son y no por hablar como hablan. Pero ya se sabe que los expendedores de catalanidades siempre encuentran en la gramática y en la prosodia un campo mucho más fácil y simplón que las virtudes morales y el empuje del esfuerzo. La maldad no entiende de lenguas. Estamos viendo que hay verdaderos ladrones que han robado en catalán. No solo eso, sino que se ha aducido su catalanidad para explicar una paranoica persecución que iría más allá de los delitos cometidos. Y ahora resulta que Cruyff puede hacer una campaña contra el tabaco, pero no puede entrenar a la selección porque no habla como algunos querrían que hablara.

Esa sutil manera de exclusión se justifica por el deber sagrado de defender una lengua delicada como es el catalán. El catalán es, sin duda, una lengua delicada por la presión de otras lenguas mayores y de los estados que las imponen. Pero ante todo el catalán es una lengua enferma. Y la enfermedad del catalán viene dada por virus endógenos que exigen a los hablantes una actitud metalingüística aberrante. Lo que le sucede ahora a Cruyff le sucedió antes a Montilla cuando llegó a presidente de la Generalitat. El nacionalismo ha sido el primero en cerrar la lengua a los que se atrevían a subir al ascensor social catalán.

Y a pesar de todo, ahí estaremos los que preferimos entendernos a encastillarnos. Escribiremos y hablaremos en catalán para darle unos años más de vida a esa lengua de las primeras palabras. Pero jamás la usaremos contra nadie. En vez de pensar en acentos, pensemos si tiene algún sentido la existencia de selecciones nacionales deportivas. Ese sería un debate internacional. Pero si nos quitan la pelota, ¿qué nos va a quedar? ¿Verdad?

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